Ojalá cada vez que veo un padre o madre y a su hijo o hija adolescente con problemas, o enfrentados, ellos pudieran ver lo que veo yo.
Los observo, veo que se quieren, hay tanto amor en esa relación, tanto como ir de aquí a la luna y volver. La persona adolescente, no puede vivir sin sus padres, necesita su amor, su apoyo, su aprobación, que estén inmensamente orgullosos de él o de ella.
El padre, la madre, o ambos de repente sienten que han perdido a su gran amor, porque reconozcámoslo, no hay amor más grande que el que se siente por los hijos. Les miran y no entienden lo que pasa, ni cuándo perdieron a sus hijos, en qué momento dejaron de tener esa relación perfecta que siempre creyeron que tenían. Y los padres necesitan a sus hijos, necesitan que construyan un futuro perfecto, como si eso existiera, necesitan saber que están bien, que están orgullosos de sus padres, que les quiere, compartir tiempo juntos, echarse unas risas, En cambio les sienten igual de lejos que si ellos estuvieran aquí y los jóvenes en la luna de la que hablábamos antes.
Ambos se mueren por comunicarse, pero no tienen ni idea de cómo hacerlo. Se han extraviado, lo han perdido por el camino.
Para los padres no es fácil, todos sabemos comunicarnos con un bebé, con sus gugus, sabemos hablar despacio a los niños más pequeños, incluso a los comprensibles y razonables niños de 8 o 10 años, hasta que aparece ese impás, ese ser entre niño y adulto, que para sus progenitores sigue siendo un niño y para el joven es ya un adulto. Y entonces se pierde la magia.
Los jóvenes pasan a comunicarse con sus padres según lo que les dan, según lo que les dejan, y los padres pasan a comunicarse con sus hijos dependiendo de lo que hace: si aprueba, si llega tarde, si ayuda en casa, si comparte tiempo con la familia. Y todos se olvidan de lo que hay debajo del hacer, del dejar, de dar, y es que debajo de todo esto hay dos seres. Dos seres, dos personas, dos almas, dos esencias…llámalo como quieras.
Ambos tienen miedo a veces, otras están tristes, y otras contentos. Ambos alguna noche no pueden dormir, otras se sienten solos, tienen sueños, algunos cumplidos, otros sin cumplir algunos los alcanzarán otros quizás no. Y ambos quieren que les miren a los ojos y les vean, y vean ese ser que está al otro lado, más allá de lo que hace, de lo que dice, de lo que da. Y los dos quieren que les vean, más allá de los ojos, infinitamente más allá.
Ambos en su lucha, envueltos en esa época de incertidumbre, caminan queriéndose y echándose de menos. Hablas con el hijo o la hija y te dice que echa de menos a su padre, o a su madre, hablas con el padre o la madre y te dice que se porta fatal.
Y aún es el día, después de mucha vida, y de algunos años de profesión, que haya encontrado yo una persona, de cualquier edad, que no se muera por la aprobación de sus padres, por su comprensión, por su amor, incluso,en ocasiones, de algunos padres que no merecerían ni un aprobado. Y jamás he encontrado un padre, que no deses más que nada en el mundo un abrazo de su hijo, incluso del peor hijo del mundo.
Tanto si eres padre, como hijo, hazte un regalo, olvídate, un rato, una hora, un minuto, una semana de todo lo demás, y solo para, pregunta ¿cómo estás? Y espera en silencio la respuesta, no hables, solo escucha, solo mira dentro, más allá de todo lo demás y observa maravillado ese ser que tienes delante. Si no funciona la primera vez, quizás tendrá que ser la segunda, o la tercera, pero nunca falla.
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